domingo, 10 de julio de 2016

Percepción propia sensitiva

Me encanta oler la inmensa llanura de su cuerpo.

Me encanta tocar el fino revolotear de su espalda.

Me encanta sentir el sonido de su rímel quemándose en mi cuerpo.

Me encanta ver como el agua quema la cera caducada de sus dedos.

Me encanta saborear cada tejido que conforman sus remolinos escalados.

Me encanta oler sus ramas ahogadas en  Saltstraumen.

Me encanta tocar las rocosas montañas de Death Valley.

Me encanta sentir el correr de sus conejos entre mis troncos de Hallerbos.

Me encanta ver como el Niágara me coge y me abalanza entre arañazos.

Me encanta saborear cada bocanada de aire que su Amazonas me regala.

Que sea la razón que sea, los sentidos son cuestión de naturaleza, sutileza o rotura. De montaña, mar o meseta. De escalar, bajar o tragar. De sentir, tocar, ver, saborear y oler. Y sí, me gusta escuchar, pero no oír. Y sí, mi percepción de los sentidos es distinta, pero nunca desencaminada entre mi leve daltonismo sensitivo.