miércoles, 13 de mayo de 2015

Me he atragantado con un trozo de tristeza.

Muchas veces nos ponemos tristes por cosas insignificantes. Por cosas que no valen la pena, por mares que se secan de no regarlos, y por montañas que se desploman de picarlas. No podemos ver más allá de nuestras posibilidades, y ahogamos en latas lo que nuestro corazón no aguanta.

Ya vale de desplomarse por palabras que no aparecen en la RAE, ya vale de pensar en lo que las neuronas no relacionan, ya vale de coger al toro por el capote, y ya vale de enseñar los dientes en bares de alterne.

No quiero entusiastas crucificados por la verdad del océano. No quiero princesas que se suelten el moño, no quiero faldas visibles, ni bragas quitadas. No quiero pinchazos en gomas, no quiero alegrías no esperadas, no quiero ser dueño de mis pensamientos.

Quiero poder ser mayor. Quiero poder ir de la mano por la calle con el infierno. Quiero beber tragos amarillos de espuma, y quiero semáforos que te dejen pasar siempre. Quiero ser niño, mayor quería ser antes, quiero ser un coche desgrasado por la vida, quiero ser la memoria de mis abuelos, y quiero saber cambiar las pesetas a euros.

Necesito un alma que no vomite ira, necesito tumbas de pus contenida por morderse la lengua. Necesito quemar dos velas y que se unan. Necesito... verdades estrechadas por el silencio de los mentirosos. Necesito ser valiente en vida y cobarde a veces. Necesito más 0,0 y menos 6,1.

Muchas veces pensamos que ya vale de no querer ser lo que quisimos antes y de necesitar lo que un día se nos cayó de las manos.

PD: Si hago mi camino, no pondré piedras ni cemento. Solo ira, valentía y un poco de granito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario