sábado, 18 de abril de 2015

Puto Whisky, ¡Vete a la mierda!

Él, estaba sentado en el último banco de la izquierda del único pino que había en el parque. Se llevó su libreta, su pluma, la cual le regaló su padre al terminar su carrera, y empezó a plasmar en versos lo que su corazón nunca dijo. El siempre llevaba consigo una botella de Black Label de la cual daba tragos por cada verso que escribía. El hígado le pedía a gritos un suspiro pero el dolor profundo de su alma no le permitía dejar ese tan preciado amuleto que le había acompañado durante toda su vida. 

Empezó escribiendo sobre su vida:

“El sol ya no alumbra mi ventana
y tus ojos se fueron para no volver.
La noche, profunda como la daga que clavaste,
se alza y no me deja correr”

Recordó lo que dijo Rulo en “Baja por diversión”, ¿De dónde sacará las pelas la Luna, para salir todas las noches? Y eso era lo que exactamente él se preguntaba a sí mismo; de donde sacaba las monedas para poderse pagar su droga favorita, un Whisky caro y elegante que se funde en su boca y se queda allí lo que probaban los mismos dioses del Olimpo griego en su paladares. Recordó eso, y escribió:

“Las monedas se pierden en mis bolsillo
y yo le digo no a cualquier petición de dentro.
Intento dejar lo único que me eleva
pero mi voluntad, más baja que me dignidad,
me lo impide”

Una pequeña lagrima, sin razón ninguna, caía por su mejilla. Debía ser ese ligero puntillo que le había dejado el alcohol. El no era de llorar, había sido siempre una viajero, de culo inquieto, que nunca quería volver a los lugares que ya había pisado, excepto en un solo lugar, el lugar donde había comenzado su viaje, y donde prometió volver cada jueves de su vida para escribir un par de versos que nadie iba a leer. Empezó a hacer memoria y le vinieron los pensamientos y sentimientos por lo que prometió volver, costase lo que costase, a dejar sellado en papeles de reciclaje lo que le hizo sentir aquella mujer en lo que iba a ser el primer cuarto día de la semana de toda su vida. Y, así com si nada, pensó: 

“Uniendo cabos te acabas dando cuenta de todo,
que el amor no existe,
que la madurez viene y va,
que todos queremos ser Peter Pan…

Que aquel primer beso,
después de haberme limpiado la cara,
con Whisky (que conste),
iban a ser los labios, sus labios,
de los que nunca me iba a despegar.

Me aportó calma, serenidad, alegría…
tristeza incluso más tarde, el ya no sentirlos claro…
Mis manos, rozando su cara, y ella acurrucándose…”


Le faltaban por escribir cuatro versos más para llegar a los 26. Su número mágico, pero decidió no escribirlos por una razón y es que estuvieron separados cuatro semanas donde él era un golfo y ella, simplemente, la golfa, no por puta, si no por ser la chica predestinada a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario